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Los Abrepuertas (Gatebreaker Mega-Gargants en inglés) sólo albergan desprecio por las ciudades y los fuertes de las razas civilizadas. Nada entretiene más a un Abrepuertas que atravesar el muro de un castillo en una tremenda explosión de polvo de ladrillo, derrumbando cientos de toneladas de mampostería sobre los defensores y haciendo volar a los desgraciados situados sobre los muros hasta la muerte.

Descripción[]

Los más implacables y crueles todos los Megagargantes son los Abrepuertas, armas de asedio andantes que sólo viven para abrirse paso a través de los muros de las ciudades, esos falsos refugios alzados por los timoratos que creen que una bonita pila de ladrillos los mantendrá a salvo. Se sabe incluso que algunos han aplastado las paredes con cráneos incrustados de un Fuerteterror hasta convertirlas en escombros, o que han dado un cabezazo a las maravillas arquitectónicas de torres y ciudadelas levantadas por los aelf, lo que demuestra que, con suficiente fuerza bruta e ignorancia, incluso estos edificios pueden ser destruidos.

Son tres las razones que llevan a los Abrepuertas a atacar los asentamientos de los Reinos Mortales. Primero, el ser oriundos de las zonas donde las nuevas civilizaciones de Sigmar se están asentando. Saben que dentro de las ciudades se come bien, por lo que algunos son lo bastante listos como para saquear los nuevos asentamientos sin arrasarlos, dejando intacto lo suficiente como para que se recuperen y atraigan a más defensores que los conviertan en un objetivo aún más jugoso la próxima vez. Segundo, les mueve la necesidad de mostrarse superiores a esos piltrafillas que piensan que pueden reclamar las tierras como suyas. Y por último, y más profundo, un fuerte rencor contra las gentes civilizadas que nunca pueden aplacar.

En un nivel profundo, casi ancestral, estos Megagargantes saben que fueron las fuerzas de la civilización las que mataron a su antepasado, Behemat, al igual que Sigmar el Dios-Rey mató a Ymnog. Con mucho gusto matarían al Dios-Rey si pudieran, pero saben que no tienen el poder suficiente para derribarlo; al menos no todavía. Se conforman con aplastar los Fuertetormentas y distritos racionales que los humanos tanto se esfuerzan en construir.

No son sus amenazas precisamente frívolas, y las apoyan con los trastos que llevan con ellos hacia la guerra. Mientras que un gargante rural podría vestir los pellejos y cráneos de las grandes bestias a las que acaba de aniquilar, los Abrepuertas más urbanos toman sus trofeos de las ciudades que destruyen con placer. Campanas de los templos atadas a troncos de roble, estandartes que en su momento colgaban de las torres de palacio, letrero, de taberna de locales que el incursor ha dejado secos e incluso lápidas de arrasadas necrópolis están atadas al Megagargante como prueba de su destreza. Muchos visten capuchas de cuero oscuro imitando a los verdugos de las ciudades, lúgubres criaturas que imparten el único tipo de justicia que entiende un gargante; pero mientras que el verdugo sesga cabezas, el Abrepuertas sesga ciudades enteras. Una puerta con runas grabadas o el portón encantado de una entrada a palacio pueden ser una buena armadura para la entrepierna (si antes protegía la zona más preciada de una ciudad, ahora protege la de su conquistador).

En batalla, el Abrepuertas tiende a blandir la manpostería y estatuas caídas de las áreas civilizadas que ha arrasado. No lo hace por algún sentido ironía al volver las obras de hombres, duardin y aelfs contra sus creadores, sino simplemente porque suelen ser más pesados y duraderos que los troncos de árbol que usan otros gargantes. Atada a una cadena pesada una estatua caída se convierte en un devastador flagelo que puede derribar no sólo muros sino, en aquellas escasas circunstancias en que la estatura del gargante no sea un arma suficiente, lanzada por encima de los muros para aplastar a aquellos defensores que se protegen detrás. Cuando los enganchan en las almenas, pueden tirar de estos “aplastafuertes” y así derribar una gran sección de muro y convertirlo en escombros, abriendo una brecha que el gargante aprovechará.

Puede verse a menudo a Abrepuertas luchando junto a los ejércitos de los muertos, ya sea como parte del séquito de un nigromante, una legión Deathrattle o una procesión de fantasmales Nighthaunt. Estos incursores oportunistas aprendieron hace tiempo que cuando los no-muertos desean saquear una ciudad, matarán a los habitantes con una determinación fría e incansable, pero se dejan todo el botín para que se pudra. No se llevan ni un buey ni un barril de cerveza, las baratijas quedan tiradas en charcos de sangre y las despensas de los reyes ni se tocan. Riéndose mientras aniquila los restos de los defensores de entre los dedos de sus pies, un Abrepuertas arramblará con todo este botín descuidado y se lo llevará a su guarida, volviendo a la ciudad en ruinas regularmente para recopilar todo lo posible antes de que las alimañas carroñeras acaben con todo. Se llenará la panza hasta reventar una vez tras otra, volviéndose más fuerte gracias a los cadáveres de los caídos mientras los espectros aúllan en los cielos de la ciudad rota.

Normalmente no se dan cuenta hasta que es demasiado tarde, pero estos Megagargantes pueden verse infectados por las energías de la muerte. Su piel se vuelve más pálida y flácida, sus ojos más caídos, y su necesidad de comida y sueño va disminuyendo hasta casi desaparecer. Los tesoros de los que antes tanto se enorgullecían quedan esparcidos y tirados en el rastro de destrucción que dejan a medida que pierden el gusto por todo salvo la matanza. Estos ancianos Abrepuertas resultan inquietantes para el resto de los suyos, pero no son rechazados, ya que después de todo un gargante es un gargante, y no hay más. Si acaso, son bienvenidos, pues son igual de talentosos a la hora de aplastar los muros de las ciudades, y además dejan su parte de la comida y el botín ahí tirada en la calle.

Armamento[]

A Gatebreaker Mega-Gargant is armed with an Almighty Stomp, Death Grip, Fortcrusha Flail and Hurled Boulder.

Fuentes[]

  • Destruction Battletome: Sons of Behemat (2.ª Edición).
    • Pág. 30
    • Pág. 31
    • Pág. 78
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