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Arena de sombras es una mini campaña que salió con la caja del mismo nombre como actualización para las dos facciones protagonistas; Noctánimas Vs Hijas de Khaine.

Preludio - Un plan Doloroso[]

Mientras la guerra se extendía por los Reinos Mortales, en Shyish se fraguaba un sucio complot. Nagash, Señor Supremo de los No Muertos, estaba enfurecido por los agravios cometidos contra él, fuesen a sabiendas o no. Para vengarse, el Gran Nigromante recurrió a uno de sus más infames sirvientes; Kurdoss Valentian, el Rey Cobarde

En las profundidades de Nagashizzar, el dios de los muertos meditaba en su trono. Era algo que había empezado a hacer por las noches, desde la debacle de Hysh. En el clímax de las Guerras de las Almas, el Gran Nigromante había intentado drenar la magia del reino mediante un ritual grandioso y atroz, pero la magia luminosa de Archimago Teclis y el espíritu del reino Celennar dieron al traste con su plan. Su necroseísmo había asolado el cosmos pero al final, y con un gran coste, los hechizos aélficos revirtieron las consecuencias del cataclismo mágico. Ahora las hordas de la Destrucción iban a la ofensiva, encabezadas por la una monstruosidad que se hacía llamar "dios".

Otros mil aguijonazos menores se habían lanzado contra el ego de Nagash, pero había una indignidad en particular que lo molestaba. La caída de la ciudad sigmarita de Anvilgard, conquistada por las Hijas de Khaine y los Idoneth en un sangriento golpe, debería de haberle complacido. De hecho, Nagash no podía negar sentir cierta satisfacción cuando imaginaba la cara de Sigmar al ver el resultado.

Sin embargo, las khainitas habían cometido un grave pecado. Habían ofrecido las almas de muchos de los habitantes de la ciudad a sus aliados Idoneth, como recompensa por su ayuda en la toma de Anvilgard, ahora llamada Har Kuron. Estas habían sido llevadas a los enclaves sumergidos de los Profundos, y ninguna había llegado a Shyish.

Era un robo de almas del tipo más flagrante. Para el Gran Nigromante, no había crimen más grave.

En otro tiempo, Nagash habría descendido para devastar Har Kuron y tomar lo que se le debía. Sin embargo, su derrota lo había dejado muy debilitado; se recuperaría, pero por ahora su fuerza se limitaba a gran medida a Shyish. Muchos de sus mejores sirvientes habían caído ante los aelfos, o estaban ocupados con sus propios planes. Aunque podría haber ejercido su voluntad, el orgulloso Nagash se resistía a revelar su estado. Sin embargo, había uno cuyo deseo de probarse a sí mismo podía hacer que se le confiara un golpe de retribución, el primer movimiento de venganza de Nagash.

Nadie le roba al Dios de la Muerte.[]

En las mentes de los servidores de Nagash, esta es una ley irrefutable. Hay un orden en todas las cosas que debe ser observado; todas las almas que parten están destinadas a Shyish, donde se funden con el Señor Supremo de los No Muertos. En las sombrías fosas de su malicia renacen y se transforman en las legiones con las que Nagash triturará a los vivos y convertirá los reinos en su "necrotopía".

El Gran Nigromante desprecia muchas cosas, pues hay mucho que ofende su monstruoso orgullo. Sin embargo, nada le enfurece más que el robo de almas. contra los culpables de tal delito, Nagash desata sus ejércitos más aterradores: espectros de ojos fríos y vengativos, llenos de odio hacia todo lo que respira. Entre ellos, pocos le inspiran mayor furia que los aelfos. No fue suficiente que sus dioses robaran una vez las almas de sus ancestros para reconstruir su pueblo; ahora también roban espíritus, privando a Nagash de lo que le corresponde por derecho. Llegado a este momento, ya no puede aguantar más.

Los ojos del Gran Nigromante se han posado en la ciudad de Har Kuron. Antaño fue un poderoso puerto sigmarita, pero ahora Har Kuron está gobernado por las Hijas de Khaine, un culto militar de aelfas, dedicado al derramamiento de sangre y a la matanza. Su habilidad marcial, ya sea demostrada en las arenas de sus fortalezas o en el campo de batalla, es tan legendaria como su capacidad para la crueldad. Sin embargo, mientras gobiernan a sus súbditos con puño de hierro y traman la expansión de su imperio, los horrores se agolpan en Shyish y se preparan para irrumpir contra ellas. Para castigar a las aelfas, Nagash ha recurrido a un poderoso, aunque a menudo denostado, sirviente, un rey maldito entre los fantasmas, que no permitirá que nada se interponga en el camino de sus ambiciones imperecederas.

Har Kuron sangrará. De una manera u otra, pero sangrará.

Señor de Dolorum[]

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Kurdoss Valentian, temido general de las Noctánimas esclavizado por una maldición de servidumbre que lo atormentaba eternamente, no era ningún necio. El Rey Cobarde sabia bien que Nagash rara vez daba segundas oportunidades, y se había resignado a seguir siendo un lacayo de su despreciada señora, Lady Olynder. Sin embargo, el Gran Nigromante le había encargado a él, y solo a él, una tarea de envergadura. Todos los ascensos al poder se inician en alguna parte, y Valentian juró ver la venganza de Nagash cumplida.

Huestes de Arrastracadenas fueron liberadas de la Gran Mazmorra, pero estos eran mera molienda etérea para el molino de la guerra. El verdadero plan de Valentian era liberar aquelarres de espíritus de élite que pudieran recolectar una abundante cosecha antes de escapar rápidamente de vuelta a Shyish. Para ello, era fundamental su propia Guardia del Trono Cobarde, los espíritus que servían a Valentian tanto en muerte como en vida. Les acompañaban los Atormentados, atraídos por la promesa de reclamar centenares de almas. Los Espaderos Espectrales fueron liberados de ataúdes de tortura bajo las calles de Dolorum, mientras que los vasallos del Rey Cobarde buscaron a las Doncellas del Lamento y las atrajeron para que se alimentasen de los extraños y sombríos hechizos.

El mismo intelecto despiadado que estimuló a Kurdoss en vida perduraba en la muerte, aunque rara vez se le permitía mostrarlo. Con la excusa de ofrecer un consejo más astuto a Lady Olynder, había estudiado minuciosamente las tácticas de todo enemigo posible. Por ello, sus guerreros fueron elegidos para contrarrestar las estrategias típicas de los aelfos: Los espaderos Espectrales atravesarían sus disciplinadas murallas de escudos y las Doncellas del lamento frustrarían sus hechizos mientras la Guardia del Trono Cobarde acababa con sus campeones a distancia.

El último elemento de la hueste fue seleccionado por razones totalmente diferentes. Los Escribas Mortis eran una cábala de espectros encargados de relatar el ascenso de la necrotopía de Nagash. Muchos muertos vivientes los consideraban escribas sin escrúpulos, pero Valentian, que notaba cuando las apariencias podrían engañar, había intentado durante mucho tiempo ganarse su alianza. Sus esfuerzos se vieron recompensados cuando Vayon de la Pluma Marchita le ofreció su ayuda. Antiguo habitante de Dolorum, Vayon compartía el odio de Kurdoss hacia la Reina Olynder; había sido por orden de esta que su forma mortal fuera torturada hasta la muerte, tras el descubrimiento de sus panfletos que difundían críticas a la Dama del Velo. Aparentemente, el propósito del Escriba era registrar el diezmo de almas reclamadas, y condenar las almas de los líderes guerreros aelfos a submundos especialmente horribles con un movimiento de pluma. De esta forma subrepticia, se le pidió que escribiera un informe sobre las Noctánimas en guerra, uno que reflejara favorablemente a su amo, El Rey Cobarde.

El Saqueo de Har Kuron[]

Las Noctánimas descendieron sobre Har Kuron no para conquistar, sino para reclamar un diezmo de almas que compensara las perdidas por el Gran Nigromante. Su estrategia se basaba en la velocidad y la fuerza abrumadora, pero las Hijas de Khaine son una raza de fanáticas que no se rendiría a la ligera.

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A medida que Thanqua, la luna ígnea, se acercaba a su cenit, empezaron a propagarse fenómenos inquietantes por todo Har Kuron. Las puertas de los mausoleos se abrieron de golpe, arrojando vientos de energía fantasmal. Los relojes de arena estallaron por centenares, y sus arenillas se amontonaron para formar portales negros como el carbón hacia los submundos. Los aficionados a las artes nigrománticas descubrieron que sus poderes se disparaban más allá de su control, y que fuegos infernales salían de sus ojos y atravesaban el velo de los reinos. De estos ctónicos portales surgieron hordas de espíritus aullantes, a cuya cabeza venían los vasallos del Rey Cobarde, Vayon de la Pluma Marchita entre ellos.
Las Noctánimas habían programado su asalto para que coincidiera con la fiesta de Kharybtar, una noche sagrada para las Hijas de Khaine, marcada por grandes exhibiciones de gladiadores. Concentraron sus esfuerzos en los distritos más pobres de la periferia, aquellos que aún no habían sido reconstruidos tras la caída de Guardayunque. Valentian creía que las khainitas estarían tan absortas en los sangrientos festejos que no se preocuparían de la defensa de las poblaciones aelfas más pobres, o de los grupos de ciudadanos humanos maltratados que quedaban. De hecho, eran estas últimas poblaciones de las que las Noctánimas se tratarían de aprovechar, ya que su terror y dolor persistentes eran como un faro para los Atormentados.

Contra una resistencia más decidida, las estratagemas de Valentian demostraron su eficacia. Grupos de lanceros de los Aquelarres Tenebrosos fueron atacados por los Espaderos Espectrales, que los despedazaron; aquellas hechiceras que intentaron coordinar mágicamente sus fuerzas se encontraron que sus mensajes arcanos eran devorados por Doncellas Espectrales ululantes, antes de que el resto de espectros se volviera contra ellas con sus brillantes espadas malditas.

La ira de Khaine

Para cuando las Hijas detectaron la amenaza, las Noctánimas ya habían cosechado un enorme número de víctimas. Parecía que los enemigos espectrales de las aelfas estuvieran en todas partes salvo bajo los cuchillos khainitas. Se contaban historias sobre la última resistencia en la taberna del Nido del Cuervo, de espectros cacareantes que emergían del sótano de la Corte de los Bribones, de civiles que huían a los restos del Viejo Bocafuego, un fuerte mecanizado en ruinas en los límites de la ciudad, solo para ser aniquilados por los espíritus.

Sin embargo, fue entonces cuando la estrategia del Rey Cobarde comenzó a desbaratarse. Su plan se basaba en que sus siervos evitaran la mayor concentración de poder khainita, creyendo que las aelfas, adictas a las matanzas, no estarían dispuestas a abandonar sus juegos de muerte con demasiada prisa. Pero resultó que aunque la población de la ciudad seguía siendo relativamente pequeña desde su derrocamiento, incluso con los ciudadanos aelfos estrechamente vigilados por el culto de Khaine y sus aliados, las Hijas no se los entregarían a los muertos sin luchar. Aunque sus enemigos no tenían sangre que derramar, un hecho que las enfureció aún más, las Hijas de Khaine dejaron sus celebraciones mucho más rápido de lo esperado aullando al lanzarse a las calles.

Los Noctánimas supieron del contraataque solo cuando las rabiosas hechicerías de las sombras explotaron entre ellas después de que los Brujos del Fuego de la Condenación se las lanzaran. Las siguientes en atacar fueron bandadas de Escarnacidas aladas, seguidas de manadas de gladiadoras enmascaradas, enloquecidas por su sed de sangre. Las bandas de guerra aelfas se enfrentaron a fantasmales partidas de caza en los asfixiantes callejones, y la noche pronto se llenó de gritos agónicos y del destello de los espíritus que se desvanecían.

Una de estas bandas de guerra khainitas seguía a la Gladiatriz Yelena, una de las favoritas de la arena. La población de Guardayunque que antaño había acudido por miles a disfrutar con sus habilidades de combate; ahora, estas habilidades se habían vuelto en contra de los ciudadanos cuando se produjo el levantamiento. Las hazañas de Yelena eran impresionantes. La atormentada población de Har Kuron aún hablaba de cuando mató a un Muerdeaplazta cautivo de un único espadazo, de cómo rompió todos los huesos de un ogor con sus manos desnudas, y de que la propia Morathi había ido a presenciar sus exhibiciones de matanza.

Pero los rumores perseguían a Yelena. Susurros escabrosos decían que era bastarda de algún antiguo linaje, afirmando que sus triunfos eran el resultado de elaboradas ilusiones. Otros iban más allá, murmurando que Yelena rendía culto en privado a dioses ya muertos a cambio de poder, un crimen en la sociedad khainita que se castigaba con las más horribles torturas. Aquellos que difundían tales rumores pronto se callaban cuando Yelena los invitaba a lanzar sus acusaciones sobre el albero de la arena. Para la mayoría de sus hermanas, su pasado era irrelevante; en la Gladiatriz veían un símbolo del ascenso de Har Kuron.

La reacción de Yelena a la invasión había sido una ilusionada carga en las calles. La Gladiatriz no había reunido un aquelarre de guerra, simplemente se le habían unido las guerreras más veloces y capaces de luchar a su ritmo. Ante su ataque, decenas de espíritus fueron desterrados con aullidos desgarradores. A Yelena no le importaba dónde ir; solo le importaban los fuegos de Khaine que le llenaban, y de haber tenido la mente más clara, habría sido más prudente. Aunque las Noctánimas se vieron sorprendidas por la rápida reacción de su enemigo, no estaban del todo desprevenidos. Grupos de Guardias del Trono Cobarde armados con ballestas acechaban en las sombras; Reinas Saga, Escamahierros y Medusaes cayeron ante estos asesinos espectrales, abatidas por rayos fantasmales.

Vigilando estos asesinatos rondaba Vayon de la Pluma Marchita. En la mente del Escriba, Nagash se deleitaba con cada muerte rencorosa, además de favorecer a quien registrase tales cosas para la eternidad. Así cuando percibió que se estaba formando un nexo de resistencia khainita, sin duda encabezado por alguna líder notable, su interés se despertó...

Un Plan Sangriento[]

Mientras se libraba la batalla por Har Kuron, la Alta Gladiatriz Yelena dirigió un aquelarre de guerra de sus hermanas por las laberínticas calles de la ciudad. Rodeada de espectros, pronto se vio inmersa en una tormenta de combate brutal, en la que cada momento podía significar la diferencia ente la vida y la muerte.

El látigo de púas chasqueó y se desplegó dentro del espectro que tenía ante sí, desterrándolo con una ráfaga de energías etéreas. Yelena rio. Incluso sin haber sangre derramada (al menos, la que no pertenecía a sus hermanas), el hambre exultante de Morathi-Khaine surgía en su alma. Cada momento se magnificaba a medida que la furiosa alegría de la diosa corría por sus venas, una descarga de adrenalina multiplicada por mil. Cada salpicadura de sangre aelfa y cada destello de luz espectral exorcizada brillaba como el más vívido caleidoscopio.

Más Noctánimas surgieron de una calle lateral hacia ella, pero fue como si los grilletes fantasmales que las ataban de pronto volvieran a pesar de verdad. Mientras las despachaba, Yelena se burló. Eran tan taaaan lentas.

-¡Encarnación del Dios de la Mano Ensangrentada!

La adrenalina reaccionaba y Yelena hacía piruletas con las armas preparadas para golpear a quienquiera que se atreviera a interrumpir sus asesinatos. Con esfuerzo, la Gladiatriz se contuvo. No había llegado a ese punto, aún no, pero Yelena había oído hablar de Gladiatrices totalmente atrapadas por su sed de sangre, que habían sido sacrificadas tras sus masacres más notables para no volverse incontrolables. No tenía intención de acabar como ellas; su camino a la gloria y la infamia no había sido fácil, y lo iba a disfrutar durante tanto tiempo como pudiera.

-¡¿Qué?! - escupió Yelena mientras miraba a la Khinearai que se encontraba a unos metros de distancia. La Escarnacida se estremeció, claramente desacostumbrada a que la hablaran de esa manera. Yerena sonrió al ver que la guerrera alada reprimía su ira y continuaba:

-Noticias de la hechicera Drusa Kraeth. Desea que nos unamos a sus siervos y presionemos para...

-¿Kraeth? repitió la Gladiatriz, ligeramente consciente de cómo temblaba su cuerpo por la necesidad de matar. Yelena escupió, restallando su látigo contra el lateral de una estructura en ruinas para desfogar parte de su sed de batalla.

-Yo le escupo a Drusa Kraeth. Mira al este.

En la noche se alzaban las almenas de púas de la Arena del Férreo Juicio Final, uno de los muchos fosos de gladiadores que había en Har Kuron, uno en el que la Gladiatriz había obtenido muchas victorias bajo la mirada de la diosa. Yelena no se había dirigido a él intencionadamente, pero era una razón tan buena como cualquier otra para ignorar a la arrogante covenita.

- Un campo de batalla sagrado de Khaine está indefenso. Lo purgaremos de muertos vivientes, descenderemos a su subsuelo y nos situaremos en torno a los santuarios, donde la diosa podrá ser testigo de nuestro poderío.

Otro coro de gritos y lamentos puso fin a la discusión. Nuevos espectros surgían de callejones y edificios medio derruidos; encapuchados que blandían grandes espadas y hacían sonar cadenas, y doncellas espectrales que surcaban los cielos oscurecidos. Con otra risa Yelena preparó sus armas. Era hora de hacer el trabajo de Morathi una vez más.

Decreto Final[]

Las Noctánimas se habían cobrado un espeluznante tributo en las calles de Har Kuron, y muchas lamas ya habían sido arrastradas a sus mazmorras. Sin embargo Vayon, el Escriba Mortis, no estaba satisfecho. Poderosas adversarias eludían aún las garras de sus carceleros. Pero la red se estaba cerrando...

Escriba Mortis

Vayon de la Pluma Marchita se reprendió a sí mismo, garabateó una pequeña imperfección en sus etéreos rollos de pergamino y apagó una de las velas a su izquierda. La guerrera aelfa enmascarada se congeló en medio del salto, con un aullido atrapado en su garganta y el brazo bloqueado momentos antes de que pudiera restallar el látigo de púas en la mano. Incluso ahora, mientras la confusión se apoderaba de la mortal inmovilizada, se resistía, con los miembros temblando por el esfuerzo. El hastiado Escriba Mortis ni siquiera se molestó en levantar la mirada mientras unas garras fantasmales salían de la tierra para agarrar el espíritu de su agresor, arrastrándolo hacia el inframundo con carcajadas de placer.

Vayon, sin embargo, se permitió una breve y cruel mueva. Sabía que esta rama particular del pueblo aelfo imaginaba vidas posteriores de combate incesante ante la risa aprobatoria de su dios. Sin embargo, para él, una eternidad atrapado en el inframundo de Recompensa del Pecado, suspendido en cadenas oxidadas y obligado a soportar a los contables fantasmales que enumeran todos y cada uno de los fallos cometidos en vida hasta la saciedad, se le antojaba más apropiada para su sombría sensibilidad.

Gruñendo, el Escriba ahuyentó a las Noctánimas atraídas a la luz maldita de las velas que le rodeaban. En batalla, la presencia de estas almas era útil, aunque solo fuera para recibir flechas y cuchilladas, pero mientras él componía sus grandes obras, sus interminables gemidos y sollozos eran una distracción.

Mientras él y su hueste espectral atravesaban los muros de una arena forjada en hierro, un débil sexto sentido hizo al Escriba sisear y agacharse momentos antes de que unos rayos de energía de las sombras pasaran por encima de su cabeza. Una segunda oleada fue interceptada por sus Doncellas asistentes, que roncaron de satisfacción mientras devoraban los proyectiles arcanos. Vayon miró a su alrededor con el ceño fruncido y vio una cohorte de aelfos que cabalgaban alrededor del perímetro de la arena, cuyo bombardeo mágico cubría la contracarga de más infantería enmascarada.

Un escalofrío atravesó a Vayon. Hasta el momento, la resistencia aélfica se había visto fragmentada, sorprendida por la estratagema del Rey Cobarde. Sin embargo, la predilección del Escriba por el sufrimiento lo había atraído a esta arena. El dolor y la furia resonaban en los túneles inferiores, mientras una importante fuerza aelfa despedazaba a los espectros que habían llegado primero. Quien hubiera reunido semejante fuerza era, sin duda, un nombre que merecía figurar en su crónica, pero primero las Noctánimas tenían que romper la retaguardia en la superficie.

La invocación susurrada por Vayon flotó por el gélido aire nocturno como una serpiente cascabel de Shyish. Mientras sus espaderos avanzaban, unas sombras encorvadas se desprendían de las gradas, con rostros que mostraban miradas de regocijo asesino. Vayon se burló cuando los proyectiles espectrales de las ballestas empezaron a llover sobre los khainitas, golpeando a los sorprendidos aelfos por la espada y llenando la oscuridad con sus aullidos de indignación y dolor. Los no muertos aplastarían esta fuerza, y avanzarían hacia los túneles con sus líneas de retaguardia aseguradas. La Guardia del Trono Cobarde se encargaría de ello.

Ajuste de cuentas[]

La búsqueda de Vayon de un alma poderosa que robar (una que complaciera a Nagash, en caso de que se registrara) lo había llevado hasta la desbocada Yelena. Perdida en la furia de Khaine y con su séquito destrozado, al Escriba le pareció una presa lista para ser tomada. Pero las siervas de Morathi no sucumben tan fácilmente...

La intuición de Vayon no le había fallado. Incluso cuando los últimos miembros de la caballería aéfica se estremecían y resollaban donde habían caído, antes de que sus cuerpos fueran reducidos a pulpa por los fuertes golpes de las cadenas del Atormentado Maldaroch y su esencia fuera capturada en sus candados de hierro, había sentido la presencia de un alma poderosa. La esperanza de la victoria (a menudo una serpiente traicionera) todavía animaba a los aelfos que luchaban abajo. El Escriba tomaría esa esperanza y la convertiría en un garrote vil con el que estrangular a los aelfos allí donde encontrasen.
Con la retaguardia khainita destruida, las Noctánimas habían perseguido a sus enemigos hasta las entrañas del coliseo, un laberinto de pozos de sangre y altares ennegrecidos. Los confines eran tan claustrofóbicos como las calles de arriba, aunque eso no era un impedimento para los espíritus. Rápidamente, en esos subterráneos inundados por el fulgor impío y los lamentos de sus sirvientes, Vayon rastreó y encontró al líder de esta última defensa.

En lugar de una sacerdotisa de aspecto sangriento que parloteaba en tono desafiante, Vayon descubrió un ciclón de espadas y látigos; incluso en la oscuridad pudo ver cómo ese torbellino de violencia se abría paso entre los espíritus que se acercaban. En torno a ella luchaban más aelfas, que coreaban el nombre "Yelena" con arrebatado fervor. En las profundidades del ser de Vayon, algo se agitó. Se trataba de una persona que merecía ser enviada al Gran Nigromante, y cuya derrota enviaría ondas de choque a los tambaleantes habitantes de la ciudad. Y lo que es más importante su muerte serviría de clímax satisfactorio para el último capítulo de su obra.

A través de la gran distancia del espacio central del sótano, la mirada de Vayon se encontró con la de la frenética reina asesina. Mientras ella gritaba y se lanzaba hacia él por las losas manchadas de sangre, el Escriba hizo un gesto desdeñoso para que la Guardia del trono Cobarde acabara con ella. Su atención ya se centraba en su arte académico. ¿Había una frase mejor para decir "final miserable"?

Algo iba mal. Al levantar la vista, el Escriba Mortis, por primera vez en siglos, se estremeció. El látigo de la aelfa centelleaba a su alrededor como un ente vivo, azotando con tal furia que incluso los proyectiles espectrales de la Guardia del Trono Cobarde, se disipaban en el aire. Una salva, dos, tres... Ninguna dio en el blanco. Un fugaz escalofrío de pánico se apoderó de la mente de Vayon. Frenéticamente hizo un gesto para que más espectros avanzaran, solo para verlos asaltados por khainitas que se habían deslizado a través de las sombras de los túneles y los habían flanqueado.

Con inquietud, el Escriba volvió a registrar la inminente muerte de su objetivo en su libro de cuentas, el último paso antes de que su alma fuera desterrada a Shyish. Rugió de terror mientras su tinta llenaba apresuradamente las paginas. La aelfa estaba a veinte metros de distancia. Quince. Diez. Armándose de valor, el líder Noctánima garabateaba con creciente frenesí, canalizando cada gramo de su amargura en la obra. No dejaría que el último nombre de esa crónica de muertas fuera la suya.

[]

En las profundidades del Santuario de la Angustia, Kurdoss Valentian observaba el desarrollo de sus planes. Ataviado con una corona dentada, observaba el aceitoso estanque de clarividencia que tenía ante sí con sus ojillos carmesí. Unas figuras revoloteaban por la superficie del estanque, rodeadas por la silueta de una ciudad que había sido maltratada hasta la ruina.

Algunas de las figuras que luchaban ardían con la odiosa chispa de la vida; otras, los sirvientes de Valentian, brillaban con el frío fuego de la malicia de Nagash. Cuando uno de esos espectros blandió una gran espada y cortó en dos a una aelfa aullante, Valentian dejo escapar un siseo de satisfacción y sus dedos agarraron con fuerza la maza que portaba en la mano.

Aunque esta tarea le había sido encomendada a él, a Valentian se le había impedido dirigir el asalto a Har Kuron. Era otra indignidad más que soportar, otra puñalada. Le molestaba. La verdad es que todo le molestaba. Ni siquiera recordaba si eso se debía a la maldición de Nagash, o si siempre había sido tan irritable. Es estruendo de un cuerno, que resonó en la oscuridad de la bóveda, no contribuyó a calmar su temperamento.

-¡Otra buena cacería! - cacareó uno de los heraldos fantasmales que revoloteaban alrededor del trono de Valentian, levantando de nuevo su cuerno para soltar otro berrido ensordecedor. Nunca había aprendido sus nombres. Simplemente trataba de ignorar las constantes indirectas y burlas a sus espaldas.

- ¡Otra gloriosa ejecución, llevada a cabo por aquellos al servicio del Señor de los Bribones!

- Pero a ver, y yo me preguuuunto... -murmuró el segundo espíritu, con su voz áspera y llena de falsa curiosidad. - ¿Por qué nuestro señor Usurpador no está alli para presidir su victoria?

- Ya sabes que el Rey Cobarde mide mucho sus fuerzas. - Respondió el primero.

- ¡Se esconde y deja que otros se enfrenten al peligro!

Ahora los dos espíritus volvían a cacarear. Valentian no respondió, tan solo resopló mientras el estanque mostraba a una Doncella del Lamento desterrada por una jabalina de forja aélfica. La fría luz que creció detrás de Valentian, y la forma en que ahuyentó a sus atormentadores gemelos, no ayudó a calmar su estado de ánimo. Por una vez, Lady Olynder se acercó sin más florituras.

- Querido mío... -Era casi impresionante la cantidad de hostilidad que la Mortarca podía transmitir. Kurdoss tenía prohibido decir algo que no fuera en apoyo de su Reina. No dijo nada. Olynder no tardó en continuar.

- Si fuera yo, ya habría reducido a cenizas a los defensores de esta ciudad.

"Si fueras tú, probablemente habrías encontrado a otro pardillo que hiciera tu trabajo sucio", le espetó Valentian en la intimidad de su mente, con los dedos blancos por el rencor reprimido. Olynder pareció darse cuenta y, como era de esperar, no le importó. Con una risa lúgubre, se alejó flotando, dejando a su consorte con sus pensamientos. La mirada de Valentian permaneció fijada en el estanque.

Paso a paso. Sin prisa pero sin pausa, así se forjan las leyendas.

Fuentes:[]

  • Suplemento de campaña: Arena de sombras



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