Crónicas de la Ruina IV – Puño de Gorko es el cuarto relato de la serie de relatos Crónicas de la Ruina de la cuarta edición publicado en Warhammer Community. Aqui encontrarás una traducción del relato.
Introducción[]
Los Klanes Orruk han llegado y están ansiosos por pelear. Gordrakk, el Puño de Gork, está reuniendo un poderoso ¡Waaagh! para lanzarle puñetazos al mismísimo Sigmar.
Relato[]
Las torres se recortaban siniestras contra el cielo rojo de Ochopartes: la roca-jefe gruñona de Gorko y el tótem-skare burlón de Mork. Proyectaban una sombra aterradora mientras se asomaban por el borde del acantilado. Lo mismo ocurría con las enormes figuras agrupadas alrededor de sus bases.
— Ya sabes — dijo Krizz mientras el Jefe Navajero rebuscaba entre las baratijas que colgaban de su cinturón. — Una vez hize negocios kon un mago que dijo ke tenía una «Fortaleza plegable». Puede que todavía la tenga. Podría hacerte un buen trato.
Sonrió, pero sus muchachos no. Varios pasos más atrás, los otros hobgrots se cruzaron de brazos, comprobaron que sus espadas estaban envainadas y, en general, intentaron evitar las miradas de los orcos que estaban dispuestos en un semicírculo irregular a su alrededor.
— Ahora le voy a arrankar loz brazos — dijo Brud. El megajefe parecía hambriento de sangre, con los brazos abultados que parecían troncos. Krizz se tensó y tomó la espada dentada que llevaba atada a la espalda. Sin embargo, el hobgrot no era tan estúpido como para sacarla.
— No — Murkig, el jefe de los Mandamaloz, estaba sentado lanzando un cuchillo de desollar. Se rió entre dientes. — Retíraloz dezpacio. Es máz divertido.
— Ruidoz en el gran verde — murmuró Zorga. El Extraño Nob pateó dos veces y gruñó. — Zuzurros. Magia.
— Todoz, callaoz.
El parloteo entre los tenientes reunidos se apagó cuando Gordrakk se movió. El Puño de Gork, el jefe de jefes, se inclinó hacia delante sobre una percha de piedra improvisada, mientras vientos aulladores azotaban su armadura. Las hachas gemelas Machaka y Aztuta colgaban de su cintura. Se aseguró de que Krizz pudiera verlas.
— Entoncez, ya viste a uno de mis muchachoz desaparecidoz.
— Correcto, correcto. — Krizz hizo un gesto conciliador antes de hablar — Anoche, la kompañía y yo cruzábamos el llano. Un grupo de lo que creo que eran tus muchachoz se dirigían hacia otro lado, hacia el Paso de la Espina. El jefe llevaba media grunta atada a la espalda...
— Será Wozzok — dijo Murkig, sin ayudar. Gordrakk le lanzó una mirada. Hubo un tiempo en que sus jefes favoritos sabían cuándo mantener la boca cerrada. Pero ahora estaba él con los Mandamaloz bebedores de baba, vagando por espeluznantes páramos. Los tiempos cambian.
— Entonces, ¿por ke ze dirigieron allí? — refunfuñó Zorga.
— No lo zé — dijo Krizz. — Dijo que oyó a alguien hablar mal de él en el viento — El hobgrot se volvió más cauteloso. — Dijo que iba a ir a solucionarlo él mismo. Sus palabras, no las míaz.
— ¿A quién le importa, jefe? — interrumpió Brud. — Desde que llegamos aquí, un montón de gente ze ha ido. Gozgrob fue a destruir ese campamento de chicoz puntiagudos...
— El viejo musculoso de Gozgrob; volverá. No me importa que siga ziendo kruel con los muchachoz — gruñó Gordrakk. — Pero no vinimos a Ochopartes por nada. Tenemos un trabajo: encontrar el Portal al Reino Estelar. ¡No saké a los muchachoz del desaztre que Kragnos armó en Ghur para que se fueran sin más!
Hubo un silencio largo y denso.
— Paso de la Espina — dijo finalmente Gordrakk. — ¿Lo conocez?
— Sí — dijo Krizz. Hizo una pausa. — Podría llevarte hasta allí, si recibiera una kompenzación adecuada.
Brevemente, Gordrakk consideró agarrar al mercenario holgazán por el cráneo y apretarlo, tal como el Gran Dios Verde debería haber hecho con los hobgrot siglos atrás.
No, no. Recuerda lo que dijo Morko en Excelsis. Tienes que ser bruto y aztuto. Lo necesitas para encontrar a tus chikoz. Aún faltan muchos colmilloz para llegar a la puerta estelar. Todas las peleas son buenas, pero algunas son más importantes.
— Aquí tienes tu kompenzación —, rugió Gordrakk. — Muéztramela y no te pisotearé.
— Trato hecho — dijo Krizz apresuradamente. Gordrakk gruñó antes de volverse hacia el borde del acantilado. En la llanura de abajo, cientos de orruks peleaban. Las turbas de Grunta se lanzaban a puñetazos. Piñozgrandez, su Muerdeaplazta, parecía ajeno a los pinchos que le sobresalían de la piel mientras atacaba a algunos Rezioz.
Un espectáculo hermoso. Aun así, tenían un trabajo que hacer.
— ¡Oye! — El grito resonó en el pantano. Piñozgrandez levantó la cabeza para rugir en señal de reconocimiento. Los orcos se detuvieron mientras se estrangulaban entre sí cuando sonó el bramido de Gordrakk. — ¡Arriba! ¡Nos vamoz!
