Capítulo 1: El proyecto Nova Paradisum
La Mano del Destino. Hoy en día no hay casi nadie que los recuerde. De hecho, antes eran muy poco conocidos, pues así lo preferían. Tampoco se sabe quiénes la integraban exactamente. Algunos indicios hay, por supuesto: maestros rúnicos enanos, hechiceros élficos de considerable poder, magos humanos, chamanes de muchas especies y una variopinta mezcolanza de razas y gremios. No se sabe mucho de sus orígenes. Supuestamente, esta orden surgió hará unos 120-100 ciclos solares, en plena era de la llamada Edad de Sigmar. Se trataba de un grupo de grandes magos y forjadores de objetos sobrenaturales que veían con temor los tiempos en los que les había tocado vivir. Guiados por este miedo conjunto, decidieron hacer uno de los proyectos mágicos más ambiciosos que se recuerdan: crear un nuevo Reino, uno sin la corrupción de los Poderes Oscuros, aislado del resto e imposible de penetrar desde fuera, donde la gente de bien no tenga que vivir con el agobio constante de no saber qué deparará el mañana y donde sea posible progresar económica y personalmente sin tener que ver como la inmensa mayoría de tu trabajo es tragado por los impuestos abusivos y las exigencias de la guerra. Algo parecido a Azyr, pero sin el miedo de saber que cualquier día el mal entraría echando la puerta abajo, y sin el constante recordatorio de la guerra sobre su población. En pocas palabras, un lugar donde volver a empezar. Llamarían a este Reino nacido de la esperanza Nova Paradisum.
El proyecto duró décadas. En una enorme bóveda en el Reino de Azyr, ocultos a los ojos de todos y protegidos por fortísimas defensas mágicas para ocultarse de miradas indiscretas, se fraguó todo. A lo largo de los años, más y más individuos excepcionales se unieron al esfuerzo, atraídos por la promesa que este paraíso ofrecía. Algunas de las mentes más brillantes y de los individuos más capaces trabajaron codo con codo en pos de este sueño radiante. Se pretendía crear un Reino que combinara características de todos, así que fue necesario acumular magia de los restantes Reinos. Se crearon muchos contenedores mágicos, capaces de acumular cantidades ingentes de poder. Usando el poder de cientos de adeptos en las artes mágicas, se fue creando en el éter lo que serían los cimientos arcanos del futuro Reino. Muchas de las prácticas y actividades llevadas a cabo fueron de dudosa moralidad, cuando no directamente aberrantes. Sin embargo, todos tenían muy claro en su mente una frase escrita en lo alto de la inmensa arcada que llevaba al interior de la bóveda: “Excelsa pretium non”.
Por fin, tras más de 80 ciclos, llegó el gran día. A una orden de los dirigentes del proyecto, se abrieron todos los contenedores y se lanzaron los más poderosos hechizos para obligar a esa magia en bruto a crear una nueva tierra en los cimientos creados en el éter. EL resultado fue un éxito rotundo y un fracaso estrepitoso al mismo tiempo. Las energías liberadas arrasaron la bóveda y todo y a todos los que en ella estaban. Pero pasado este instante de destrucción, Nova Paradisum se formó en el Cosmos, para asombro de todas las potencias de los Reinos. Lo cierto es que no era un Reino tan grande como sus hermanos, ni rebosaba poder como los demás. Pero aun así tenía el tamaño y las características como para ser considerado un Reino por derecho propio, lleno de vida, fértil y limpio de la corrupción de los Dioses Oscuros que todos los demás sufrían. No obstante, debido a la destrucción generada en su nacimiento, sus creadores no tuvieron oportunidad de poner las barreras adecuadas para impedir que nadie no autorizado penetrara. El resultado es que todo aquel que podía viajar por el éter posó sus ojos en esta nueva tierra, cada uno con sus propias intenciones en mente para esta.
En cierta manera resulta triste: el sueño del paraíso perfecto y seguro que sus creadores tenían en mente, extinguido nada más nacer.
Capítulo 2: La eterna guerra en Nova Paradisum
Rápidamente este nuevo Reino se llenó de pobladores no deseados, e inevitablemente, la guerra estalló. En los primeros compases de esta, se construyeron varias realmgates para asegurar el flujo constante de refuerzos necesarios para mantener el control sobre la nueva tierra. Esto probó ser un error a la larga. Lo que en un principio se pensó que sería una guerra relámpago por hacerse rápidamente con el control del Reino pronto habría de degenerar en una larga y cuantiosa guerra de desgaste con la venida de más fuerzas al conflicto. Tan centrado estaba cada bando en Nova Paradisum y los enemigos en esta que no pensaron en aquellos que venían de los otros Reinos a través de las Realmgates que ellos mismos habían creado. Estas puertas entre Reinos fueron usadas por otros ejércitos de todas las clases para colarse. Al final, cada fuerza de los Reinos acabó metiéndose en el conflicto. Archaon Everchosen ordenó a sus fuerzas de pesadilla infectar este nuevo Reino y someterlo a sus oscuros patrones. El Consejo de los Trece vio con ojos codiciosos esta nueva tierra y pensó en las posibilidades que ofrecía, y por tanto mandaron a través de enormes gnawholes inmensas hordas. Sigmar, que rápidamente se hizo a la idea de lo que realmente estaba ocurriendo, envió a sus Stormcast Eternals a defender y asegurar el emplazamiento. Nagash, Supreme Lord of the Undead, quiso el Reino para sí, para convertirlo en un lugar de muerte acorde a sus designios. A una orden suya, miles de muertos se alzaron y marcharon. Los Sylvaneth se adentraron en las forestas y se atrincheraron ahí. Los Gloomspite Gitz se metieron en las grutas y cavernas, y desde allí, atrajeron la mirada siniestra de su Luna Malvada. Los Beastclaw Riders cabalgaron n busca de presas para calmar su hambre insaciable, devastando miles de hectáreas en el proceso con su Everwinter. Las Daughters of Khaine regaron de sangre la tierra en una vorágine de sacrificios y luchas. En los mares, colonias de Idoneth Deepkin se fundaron ocultas a todos. En los cielos, los Khradron Overlords recorrían los campos de batalla saqueando las riquezas naturales y vendiéndose al mejor postor. Los Fyreslayers, en busca de más ur-oro, también se convirtieron en mortíferos mercenarios para aquellos dispuestos a contratar sus servicios. Estos y muchos más se unieron a la locura que azotó a lo largo y ancho el Reino.
La guerra fue la constante en este paraíso perdido durante toda su existencia, sin nada que cambiara la situación en el horizonte. Había veces en las que un bando parecía inclinar la balanza a su favor, sólo para acabar perdiendo la ventaja conseguida. Poe ejemplo, cuando las fuerzas de Archaon lograban dominar la mayor parte del plano, estallaba una guerra intestina entre los seguidores de los 5 Dioses que les hacía perder la ventaja conseguida, y los otros ejércitos recuperaban el terreno perdido. Si una alianza grande de las fuerzas de la Destrucción marchaba imparable, al final se dividía para saquear cada cual lo que le interesaba (o para acabar luchando entre los bandos de esta por el botín). Una de las constantes de la guerra era el uso extensivo de fuerzas mágicas y adeptos de la magia. Con la cantidad de magia usada en la creación del Reino, era muy fácil tener acceso a grandes reservas mágicas, y todos los bandos se aprovechaban de este factor para tratar de sacar ventaja.
Pero lo que nadie sabía es que el Reino de Nova Paradisum no era ni mucho menos estable. Las energías que le dieron forma no se habían asentado, y el constante maltrato al que lo sometían los combatientes lo desestabilizaba más y más. El uso abusivo de la magia por parte de los hechiceros de todos los bandos, sumado al poder que las numerosas Realmgates succionaban , iba a tener consecuencias catastróficas en la magia que conformaba el Reino.
Capítulo 3: El fin del Mundo
La primera señal fue el eclipse. Nadie pudo ignorarlo. Muchos profetas entendieron que algo malo estaba a punto de ocurrir. Seguido fueron las mareas. El mar menguó, dejando tras su partida tierra seca e infértil.
Los antiguos paisajes, ya de por sí maltratados y devastados, comenzaron a derrumbarse. Las montañas se resquebrajaban. La tierra se abría. Los volcanes despertaban. El viento se embravecía.
Cuando llovió fuego de los cielos, nadie dudó de que el Reino de Nova Paradisum se estuviera haciendo pedazos. La magia que le había dado forma había llegado a un punto crítico, y no era capaz de mantener la cohesión del Reino. Se tornó volátil y destructiva, y esto se reflejó en todo el Reino en forma de desastres naturales y hechos cataclísmicos.
Era hora de huir de este Reino que se moría.
Por desgracia para todos los combatientes, el continuo uso de las Realmgates, sumado a la utilización de la magia del mundo como arma había dejado el mundo con muy pocas reservas de magia. La inestabilidad del Reino había hecho que sea imposible usar formas de viajar entre Reinos para escapar (gnawholes o rayos de Sigmar quedaron inutilizados, entre otros). La única forma de salir era usar las Realmgates. Muchas de estas dejaron de funcionar de golpe cuando la magia que las alimentaba se terminó. Las pocas que quedan operativas no tienen asegurada su continuidad. Podrían fallar en cualquier momento. Cada puerta tiene reservas de magia para admitir un determinado número de viajeros, y llegada esa cifra el portal se cierra para siempre. Todos los bandos entendieron enseguida una cosa muy simple: cuanto más rápido llegas a una Realmgate, más posibilidades hay de que admita el paso a todas tus tropas.
Y empezó la lucha por la supervivencia. Se forjaron alianzas antes impensables.
Todos corrían hacia la promesa de salvación. Hacia la Realmgate que les permitiría escapar de este Reino que exhala su último aliento.
Es el Fin del Mundo.